miércoles, 21 de mayo de 2014

Hechizo de Lunna ( Parte II )


Apoyada en la pared es tu cuerpo quien me sostiene. Bebo tu voz.

-” ¿Te excita?”-

Tu voz me desnuda.

-” Continua”-

Mi voz atrapada entre nuestros cuerpos es un susurro imperativo y no escucho el suave zumbido de las puertas del ascensor al abrirse, mis oídos, todo mi cuerpo vibra bajo tu tacto.

Mis sentidos se empapan con, de tus jadeos, de las palabras con las que intentas excitarme y excitarte aún más.

-”Eres mi zorra, deseo tocar tu sexo, deseo que lamas mi sexo”-

Separo más las piernas mientras siento como, hábiles tus dedos, desabrochan mi cinturón.

El pantalón resbala hasta el suelo. Tenso mi cuerpo, tu mano derecha se introduce, audaz, bajo mi escueto tanga y alcanzas mi sexo, húmedo; tu mano izquierda acaricia el encaje de mis medias, solo tu mano izquierda; tu mano derecha es una aldaba sobre mi clítoris hinchado.

Mi boca te bebe mientras tu lengua, jugosa, lame mis mejillas, arrastra mi maquillaje, desborda mi barbilla.

Adentras en mi sexo, un dedo, dos; me penetras. Tiemblo. Muevo mi pubis, delante, atrás.

Me penetro.

Cierro los ojos. Jadeo. Solo deseo sentirte, sentirte dentro. Acerco mi boca a cualquier parte de tu cuerpo y lamo, muerdo, succiono con esa intensidad que deja huellas allá por donde el deseo derrota a la cordura. Cada vez más impetuosa, cada vez más hambrienta de ti.

Más y más hambrienta de ti.


-”No dude, señorita, que en nuestra carta encontrará esos platos que puedan saciar su apetito”-

La voz del camarero me resulta insinuante, aunque a estas horas y con el dolor de cabeza que tengo, para que algo sea realmente insinuante deberá ser más “contundente”.

Paseo la mirada, de forma disimulada, por mi interlocutor; frente a mí con una pose de lo más profesional un joven de unos veinticinco años aguarda mi respuesta; la camisa blanca, impoluta, resalta muchas horas de gimnasio.

Vuelto a mirar la carta; la verdad es que apetito lo que se dice apetito no tengo tanto como para disfrutar de la puesta en escena de una veintena de platos. No, no estoy como para descubrir y degustar las exquisiteces del menú , no estoy para un changurro de centollo o una carne suculenta preparada en directo o para un lomo de bacalao o para un risotto de rabo de toro o para...

-”¿Pero que cosas pienso?”- miro al camarero como si este pudiera leer mi pensamiento pero su musculatura pectoral, sus facciones...si, me recuerdan...si, sus facciones me recuerdan al actor Raúl Arévalo.

-“¡¡María¡¡- me llamo la atención y vuelvo de nuevo a la carta.

¿Por dónde voy?...si, de toro; el camarero aguarda imperturbable.

No tengo mucho apetito, ni mi cabeza ni mi paladar están para muchos regalos por muy esmerada y atractiva que sea la carta; mientras el camarero aguarda estoicamente me pregunto para que he bajado al comedor, en la cafetería que hay frente a la recepción me podía haber pedido un sándwich y una cerveza y...

-”Si le apetece algo fuera de la carta no tiene más que pedirlo”-

De nuevo el tono del sosias de Raúl Arévalo me resulta insinuante, eso o es que las neuronas cansadas de tanta charla económico-protocolaria me están sedando la parte laboral y encandilando mi lado “mantis” femenino.

-”¿Sería mucho pedir una ensalada de rúcula y pera y un carpaccio de piña con almíbar de azafrán sin helado?-
-”Ni mucho menos, señorita”- toma nota sin mirarme- “¿Desea algo para beber?”-
-”¿Una copa de Viña Ardanza Reserva 2000?”-
-”Como desee señorita, gracias”-

Hago un gesto de agradecimiento. No puedo evitar recrearme en los glúteos del camarero cuando se aleja; si, muchas horas de gimnasio se alejan en busca de mi cena.

Miro discretamente a mi alrededor, apenas cinco mesas están ocupadas a estas horas. El rumor de las conversaciones no logra importunar los colores y formas de las panorámicas de Pedro de Miguel que decoran las paredes.

Apago mi iPhone 5, lo último que deseo recibir es una llamada relacionada con el trabajo.

Cruzo las piernas y apoyo la frente en mi mano, el dolor de cabeza remite lentamente; a veces me gustaría llevar una vida más tranquila, de “delantal y APA”, de mujer ¿protegida? junto al “macho cazador”, de mañanas de mercado y café con tertulia doméstica después de llevar a los niños al colegio, me regalo una sonrisa, que tonterías pienso.

Miro mi pulsera, de ella cuelgan dos amuletos uno en forma de luna y otro en forma de gato acechante.

La verdad es que me gusta la vida que llevo, me gusta la locura desconcertante y vertiginosa de mi vida, de mis idas y venidas por motivos de trabajo o por cualquier otro motivo, preciso de ese lado que no responde a mis preguntas, que me empuja fuera de mis limites, ese cara oculta que nadie de mi entorno más cercano conoce, que subyace bajo mi piel y que hace que mis días estén vivos al acecho de sus noches, tan al acecho como mi gatuno amuleto.

Enciendo mi iPhone...nunca se sabe quien, ajeno al trabajo, puede llamarme y...

-”En este hotel, en este comedor, en este instante, se esta cometiendo un ultraje de las normas de cortesía y educación”-

La voz, dulce y pausada, brota a mi espalda. Me giro. El se detiene a mi lado.

-”¿Disculpe, habla conmigo?” -
-”Es una verdadera falta de cortesía que una mujer como usted cene sola”-
-”¿Y usted, amablemente, se ofrece para subsanar ese tremendo error?” -
-”Si me lo permite sería un placer invitarla a cenar. Mi nombre es Alejandro, Alejandro Herrera, creía haber venido a Madrid por motivo de negocios pero ahora sé que, en realidad, el destino me ha traído a esta ciudad para cenar con usted” -

Miro sus manos, es lo primero que me atrae de un hombre, sus manos, luego sus ojos y la voz.

Sus manos son fuertes, de dedos finos y de uñas muy cuidadas, su voz es profunda, intensa y sus ojos, seguro que sus ojos por si solos ya son capaces de seducir a cualquier mujer.

Me gustan sus manos. Me gustan sus ojos.

Ahora es el turno de mis manos. Te gusta, lo sé, lo siento.

Mi mano derecha baja la cremallera de tu pantalón, mi mano izquierda desborda tu bóxer hasta encontrar tu sexo, erecto, orgulloso. Acaricio suavemente tu sexo, me contengo un instante, deslizo mi mano y tu sexo se endurece, se encresta. Aprieto hasta sentir como la sangre fluye por tu sexo. Aprieto, suelto, sé que lo hago sin saber como. Se que te gusta.


Mi cuerpo se divide en lo que recibe de ti y lo que te entrego.

Te derroto, lo sé; por mucho que tu frenesí trata de imponerse soy yo quien lleva las riendas y no soy capaz de detenerme, de volver atrás.

Bebo, muerdo con saña tus pezones.

Susurras pero ya no entiendo tus palabras, entreabro mis ojos, puede que medio hotel nos esté mirando y no nos hayamos dado cuenta aquí, medio desnudos, ávidos uno del otro, arropados por la luz que llega de la recepción y por la tenue luz que brota del interior del ascensor...

-” La luz del ascensor”-

Separo la boca de Alejandro de mi boca.

-”El ascensor esta ahí”-

Mi voz es un susurro que tensa el hilo de saliva que une nuestros labios.

-”Subamos, no puedo más”- tu voz me arrastra.

Te empujo o nos empujamos, da igual; reímos mientras nos agachamos para subir nuestros pantalones. Entramos tropezando entre nosotros; te golpeas con la pared brillante del ascensor.

-”Te deseo, deseo estar dentro de ti”- tu voz me roba.

Nos besamos. Dejo caer mi pantalón, tu boca regresa a mis senos. Aprieto el botón y te aprieto sobre mí.

-”¿Planta de no fumadores?”- pregunta Alejandro.
-”No es precisamente un cigarro lo que pienso llevar a mis labios”-

Un suave zumbido nos indica que la puerta del ascensor se cierra. Acerco mi mano a tu sexo y la luna de mi pulsera parece besar tu glande.

Abajo, la recepcionista del hotel, saca de su bolso un paquete de toallitas húmedas, sus piernas tiemblan, sus dedos están empapados en un mucus dulzón, igual que otras veces, igual que tantas veces.

Meticulosamente alisa su falda, abrocha los botones de la camisa y centra de manera impecable el nudo de la corbata. Sus piernas aún tiemblan. Su sexo aún arde.

-”Me encanta el turno de noche”- piensa mientras deja caer la toallita en la papelera, ahí, junto a otras dos toallitas ya secas que aún conservan un tenue olor dulzón.


Besos.

Lunna.

(¿Continuara?)

martes, 6 de mayo de 2014

Manuela



Su nombre es Manuela.

Ella, su nacimiento, sus primeros días de vida son el motivo, la dulce, la tierna razón de mi ausencia.

Nació el 13 de abril, decidió adelantarse casi un mes; no podía, no deseaba aguardar más.

Sus primeros días trascurrieron en una incubadora pero ya está en casa, en la casa de mi hermana, en su casa.

Ha llegado al mundo con una suave sonrisa bajo el brazo, una sonrisa que nos ha contagiado al resto de la familia y de los amigos.

Es mi sobrina y, dentro de poco, será mi ahijada.

Ella, Manuela, es la dulce, la tierna razón de esas nanas que, entre nubes y sueños, sabrán encontrar cada noche el camino desde mi corazón hasta la luna.




Besos.

Lunna.